Hastío. Simplemente hastío, nada
más y nada menos. Ese adjetivo –junto a otros muchos más prosaicos- es el que
me suscita el repetitivo debate ciencias-letras que me gustaría intentar
aclarar brevemente y sobre todo de forma concisa en los siguientes párrafos. Podríamos
escribir un libro interminable sobre este tema, así como dilucidar la línea
roja que separa lo que es ciencia de lo que no. Mi tiempo disponible limita mis
reflexiones por desgracia, pero espero que se entienda su esencia.
Como bien podemos observar, la
ciencia parte de una clara superioridad moral/intelectual/jerárquica instigada
en gran parte por nuestro sistema educativo. Como siempre, nuestra vigente vena
maniquea tendente de someter todo movimiento a una oscilación polar establece
una clara dicotomía con respecto a temas generales, ya sean políticos:
izquierda – derecha; liberal – autoritario, deportivos: Real Madrid - F.C.
Barcelona; Betis – Sevilla, u académicos: ciencias – humanidades, etc,
condenando a todo aquél que transverse de dicho paradigma. Esta polarización,
es una rémora para nuestro progreso, y cuando dicha rémora es abanderada por
nuestro propio Gobierno, no podemos más que compadecernos.
No llego a entender sino desde la
ignorancia de nuestros dirigentes, por qué tenemos a lo largo de nuestro
devenir académico, una bifurcación que ellos mismos consideran de
“especialización”. Esto se reafirma desde la máxima Wert-iana de: “Los
universitarios no deben estudiar lo que quieren, sino lo que les emplee”. Por
lo visto, un estudiante no puede seleccionar cual curioso, que asignaturas
quiere cultivar, sino que se tiene que ajustar a una ramificación
preestablecida de saberes. Si usted decide cursar el bachillerato de Ciencias,
no podrá dar Literatura Universal, como tampoco un alumno que se decida por la
vía “Letras”, no podrá saciar su interés por la Física o la Biología.
Esta es la gran ayuda que nos
proporciona nuestro sistema educativo tanto en la polarización del
conocimiento, como en nuestro objetivo vital de ser unidades individuales de
producción, y esta es precisamente la gran arma que desangra y vilipendia al
saber humanístico.
Estoy harto de seguir escuchando una
y otra vez a un emisor X que presenta su carrera, Ingeniería, como “la carrera
utópica”, digamos el súmmum del conocimiento, algo así como un conocimiento
sibilino solo apto para unos pocos elegidos de vertebrados superiores, así como
inmediatamente ver asentir al receptor cual hipnosis serpentina. Cito la
Ingeniería, por ser el caso más flagrante ante mi vista, pero lo mismo podría
decir de cualquier formación relacionada a la Ciencia (Matemáticas, Física,
Química, etc).
En contrapartida, se nos presenta
un saber humanístico improductivo (por lo tanto, menospreciado por el
Gobierno), pesado, aburrido, inútil, y por supuesto fácil. Así, por antonomasia
tenemos un saber polarizado entre grandes mentes que se adhieren a la Ciencia,
y débiles mentes que se adhieren a las Letras. Lamentablemente, sigue habiendo
gente (y cada vez más) que sigue tomando esta máxima como cierta.
Pero, ¿Qué pensarían los clásicos,
los pilares de nuestra cultura, de la ciencia, del pensamiento racional y del
arte ante un ultraje semejante? Si, los saberes humanísticos y sociales son en
yugo los pilares de cualquier cultura. La oratoria, la retórica, las
estructuras estatales, la jurisprudencia, las filologías, la economía, la
geografía, la geología, la autoconciencia, la crítica, la reflexión, la poesía,
las artes en cualquiera de sus formas, la historia, ¿Dónde queda todo eso? ¿Por
qué lo seguimos maltratando? Sin nada de esto, no hay civilización.
No seamos ignorantes y repitamos esto: La
filosofía es la madre de todas las ciencias.
El desarrollo de las humanidades es
útil para el desarrollo de las ciencias, y viceversa. Y no sólo eso. El impulso
del conocimiento humanístico es conveniente para que cualquier teoría consiga
mayor comprensión de sí mismas, además de potenciarlas refutándolas férreamente
hasta conseguir pulirlas y poniéndoles los puntos sobre las íes en su búsqueda
de la verdad, como decía Karl Popper. Algunas de las teorías científicas más
firmes tuvieron su origen o encontraron impulso en teorías filosóficas.
Pensémoslo, el atomismo de Demócrito marcó los comienzos del atomismo físico y
químico con Boyle y Newton; el heliocentrismo de Aristarco estuvo presente en
la mente de Copérnico cuando éste construyó su modelo astronómico; la teoría de
la evolución de Darwin fue inspirada en gran medida por la secularización que
se llevaba a cabo en la Inglaterra del momento de ciertas ideas evolucionistas
desarrolladas por la teología natural; la crítica filosófica de Ernest Mach al
concepto de espacio y tiempo absolutos fue decisiva elaboración de la teoría de
la relatividad por parte de Einstein; la filosofía oriental inspiró y sigue
inspirando a algunos físicos cuánticos; y así miles de ejemplos.
Como vemos, no podemos seguir
maltratando a aquellos que se embarcan en la canoa humanística-socialística por
el bien de nuestro progreso. Quizás debiéramos pensar que son más importantes
de lo que parecen.
Respecto a la comparación en lo
concerniente a la mayor dificultad de las ciencias achacante siempre por parte
de aquellos estudiantes de ciencias, lo considero más un discurso victimista
causa del amargo olor a fracaso académico, que una crítica objetiva. La
dificultad es talento, y el talento es diversificado. Hay sujetos con mucha
capacidad numérica, de cálculo, de espacio, de capacidades inherentes a la
ciencia, y en contraposición hay sujetos más negados en estas habilidades pero
con una capacidad reflexiva, crítica, memorística, etc, antológica. Es decir,
el grado de dificultad es variable, y nunca puede ser causa de coartada
académica del fracaso. A aquellos cuyo argumento se limita a decir que una
ingeniería, las matemáticas, la física, la biología, tienen más complejidad que
las letras, quisiera que tuvieran en cuenta esto: ¿Hay saber más abstruso que
la filosofía?